(El estudio completo acerca de Pedro Almodóvar puede leerse en este enlace)
Era el mes de agosto del
ochenta y cinco, probablemente un miércoles. La tarde se presentaba larga así
que fuimos al Groucho, un cinestudio de reestrenos de la Guindalera en Madrid,
ya desaparecido, cerca de la
Plaza de las Ventas para situarnos mejor. Ahora es un
supermercado pero antaño vendían entradas para ver programas dobles y triples. Coincidía
con el día del espectador, que ya existía entonces, por lo que nos saldría a
menos de doscientas pesetas. Corrijo, a un euro con veinte céntimos por cabeza
y entramos para ver Toro salvaje y Rocky 2, pero primero
echaban esta. Con la proyección ya comenzada, en pantalla aparecían Pepi y Bom,
interpretadas por Carmen Maura y Alaska, a las que conocíamos de verlas en
televisión sobre todo. Se pasaban bastante con una mujer llamada Luci, sometida
a varias perrerías por aquellas. Allí estábamos dos quinceañeros ajenos a la
exigencia de proyectar un porcentaje mínimo de cine español a las salas, para
cubrir la cuota de pantalla que compensaba los estrenos extranjeros, casi
siempre norteamericanos. Por supuesto nos importaba un bledo todo eso, o que la
producción de Pepi, Luci, Bom y otras chicas del montón la
hubieran rodado como pudieron en más de un año, con ayuda de músicos,
diseñadores, actores profesionales, varios amateurs y técnicos novatos. Nos
daba igual que los planos estuvieran pasados de luz en ocasiones y oscuros en
otras. Tampoco que se cortara la cabeza en el encuadre de algún personaje mientras
dialogaba. No teníamos ni idea de lenguaje cinematográfico, quizás nos sonaba
lo del flashback, los efectos especiales y las actrices que estaban muy buenas.
Pero la peli era muy divertida, prácticamente un Víbora o un Makoki
de los que nos prestaban clandestinamente y escondíamos debajo de la cama.
Aunque tuviera un título que parecía sacado de los tebeos de la editorial
Bruguera o de alguna producción de los Ozores, nos enganchamos por su dinamismo,
de apenas ochenta minutos de duración, con escenas que resultaban frescas,
creibles, ensayos de grupos pop malos, la venganza de Pepi con chulas y
chulapos haciendo playback de un pasodoble. Rayas de caspa, cocaína en los
hombros, telenovela, viñetas y esa modernidad europea que amenazaba con su
sombra sobre los suelos de adoquines y las paredes de la posguerra. Si por
tener incluso tenía unos anuncios que ya nos hubiera gustado ver en la
televisión -hagas lo que hagas PONTE bragas-. Por supuesto nos
quedamos a verla entera en el segundo pase, a reírnos de las mismas gracias y a
comentarlas después.
Con
la trampa de la revisión es fácil comprender que ni su director sería capaz de
volver a dirigirla, tampoco que nadie produjera una película tan urgente, sin
filtro para abordar temáticas sadomasoquistas y de malos tratos que no pasarían
la censura de la intolerancia contemporánea. Una ópera prima espontánea,
fragmentada, coherente de milagro y capaz de renovar un cine español de los
ochenta que, salvo por este y otros francotiradores, amanecía ya caduco.
Pablo Vázquez Pérez
Este
texto lo podría escribir también mi amigo Carlos. Forma parte de un repaso sentimental que hicimos entre casi una veintena de personas en la web Cinema ad Hoc. Aquí dejo el texto completo y allí está el reducido. Y debajo el trailer.